jueves, 10 de octubre de 2013

Génesis del número en el niño





Génesis del número en el niño

Jean Piaget
Alina Szeminska


Biblioteca Pedagógica. Guadalupe

5ª edición. Buenos Aires, 1975







Capítulo III
LA CORRESPONDENCIA PROVOCADA Y LA EQUIVALENCIA DE LAS COLECCIONES EN CORRESPONDENCIA

El análisis de los comienzos de la cuantificación nos ha llevado a plan­tear el problema de la correspondencia. Comparar dos cantidades es, efec­tivamente, o bien poner en proporción sus dimensiones, o bien poner sus elementos en correspondencia término a término. De estos dos procedi­mientos, sólo este último, a partir de Cantor, se nos presenta como el ver­daderamente constitutivo del número entero mismo, ya que proporciona el cálculo más simple y más directo de la equivalencia de los conjuntos. Como bien lo ha demostrado Brunschvice. la tardanza en descubrir esta operación en el orden de la reflexión, se debe a que esa operación es efectivamente primitiva en el orden de la construcción: a este respecto, la función que la correspondencia desempeña en la síntesis del número se revela tanto en el cálculo digital como en el intercambio de uno con uno.
Sin embargo, si bien la correspondencia término a término se pre­senta ciertamente como el instrumento que el espíritu utiliza para descom­poner las totalidades que se irán a comparar entre sí, ella no es suficiente, bajo su o sus formas originales, para conferir a las colecciones en corres­pondencia la equivalencia propiamente dicha, es decir, la misma “poten­cia” o valor cardinal, concebido a título de constante resultante de la co­rrespondencia como tal. A este respecto el capítulo precedente nos pre­sentaba esta alternativa: o bien factores de orden perceptivo impiden en un comienzo la realización de la correspondencia e imposibilitan la no­ción de la equivalencia durable de las colecciones en correspondencia, o bien hay una evolución de la correspondencia como tal, desde la simple correspondencia global de las figuras de conjunto (que es solamente una anticipación de la cuantificación de éstas), hacia la correspondencia real­mente cuantitativa, fuente de equivalencia necesaria y por ende de inva- riancia cardinal. Y es este problema de la evolución eventual de la corres­pondencia lo que es conveniente estudiar ahora.
En primer lugar, conviene distinguir, desde un punto de vista psicoló­gico y no lógico, dos clases de situaciones en que el niño llegará a descu­brir o practicar la correspondencia término a término. Están pot una parte los casos en que se hace evaluar al niño una cantidad de objeto» dados va­liéndose de objetos de la misma naturaleza, que él hace corresponder a aquéllos; por ejemplo: al colocar un jugador 4 ó 6 bolas de billar en la mesa, su compañero querrá colocar otras tantas, e incluso sin saber contar, logrará fácilmente construir una colección equivalente. Esta corresponden­cia entre objetos homogéneos trae consigo todo el problema ' de la cardi- nación: reservaremos su análisis para el capítulo IV, en el curso del cual estudiaremos la constitución de' la correspondencia espontánea en general. Pero existe además una situación más simple todavía, por cuyo estudio comenzaremos aquí: es la correspondencia entre objetos heterogéneos pero cualitativamente complementarios, correspondencia provocada, si así pue­de decirse, por las circunstancias exteriores mismas. Por ejemplo: se puede hacer que el niño, durante una comida, coloque un huevo por cada hue­vera, o un vaso por cada botella, o una flor por cada florero, etc. Y sobre todo hay que hacer entrar en esta categoría el intercambio de uno con uno, por ejemplo, el intercambio repetido de una flor o un bombón con una moneda, etc. Limitaremos nuestra investigación en este capítulo a es­tas situaciones de correspondencia provocada, con eí único fin de esta­blecer si la correspondencia término a término operada por el niño mis­mo, y a veces con nuestra ayuda, implica necesariamente en su espíritu la idea de una equivalencia durable entre los conjuntos que se correspon­den. Como trataremos de mostrar que eso no ocurre, tendremos que poner especial cuidado en ser prudentes en la elección de los ejemplos, y por esto empezaremos por el análisis de estas conductas elementales, reserván­donos para el capítulo siguiente el estudio de la correspondencia en ge­neral.
El itinerario a seguir será este: estudiaremos primero la corresponden­cia entre n  vasos y n  botellas (de 6 a 10). Esta primera experiencia nos demostrará que no existe en el niño la noción de una equivalencia dura­ble, y en consecuencia pasaremos, en § 2, al análisis de la correspondencia entre las flores y los floreros, más fácil aun, puesto que las flores no se depositan al lado de los floreros sino dentro de ellos. Como el resultado será el mismo, controlaremos su validez por medio de una relación más simple aun: la de las hueveras y los huevos. En efecto: cada huevera sólo contiene un huevo, mientras que la relación entre el número de los vasos y de las botellas o el de las flores y de los floreros es arbitraria. Al com­probar que las reacciones se mantienen constantes, procederemos en § 3 al estudio del intercambio de uno con uno sin numeración hablada, y en § 4, con numeración verbal. Veremos que la presencia de esta última no altera en nada el resultado de las experiencias 1 a 3.

§ 1. LA CORRESPONDENCIA TERMINO A TERMINO ENTRE LOS VASOS Y LAS BOTELLAS
Se colocan sobre la mesa 6 botellitas alineadas (botellas de 2-3 cms. para juegos de muñecas), y se señala una bandeja con una colección de vasos: “Mira, son botellitas. ¿Qué se necesita para poder beber lo que hay en ellas? —Vasos. —Bien, ahí están los vasos. Saca de esa bandeja la mis­ma cantidad de vasos, lo mismo de vasos que de botellas, un vaso por bo­tella”. El niño opera por sí mismo la correspondencia colocando un vaso delante de cada botella. Si se equivoca por mucho, o por muy poco, se le pregunta: “¿Crees que es lo mismo?”, hasta que haya hecho el máximo es­fuerzo por hacerlo bien. Sólo los niños de la primera etapa (de 4 a 5 años) pueden equivocarse, y de ellos hablaremos en seguida. Se puede facilitar la correspondencia haciendo verter las botellas en los vasos: cada botella llena un vaso exactamente. Una vez que se ha establecido la corresponden­cia, se hace un grupo con los 6 vasos y se pregunta de nuevo: “¿Hay lo mismo de vasos y de botellas?”. Si el niño contesta que no, se insiste: “¿Dónde hay más?” y “¿Por qué hay más allí?”. Después vuelven a ubi­carse los vasos en hileras y se hace un grupo apretado con las botellas, etc- repitiendo las preguntas cada vez.
Clasificaremos los resultados obtenidos en tres etapas, caracterizadas del siguiente modo: I. Carencia de correspondencia término a término y de equivalencia; II. Correspondencia término a término pero carencia de equivalencia durable; III. Correspondencia y equivalencia durable.
I.La primera etapa: ni correspondencia exacta ni equivalencia. In­
cluimos en esta primera- etapa a todos los niños que no logran efectuar la correspondencia término a término,' sino que proceden a una simple co­rrespondencia global fundada en la percepción de la longitud de las hi­leras. En estos sujetos, es evidente que la falta de equivalencia durable entre los conjuntos a corresponder resulta de la ausencia de corresponden­cia término a término, puesto que la longitud de las hileras varía según sea el espacio intercalado entre los objetos:
BON (4 años): —Tenemos ahí esas botellitas. ¿Qué es lo que falta si que­remos beber? —Vasos. —Ahí tienes muchos vasos (se los coloca sobre la mesa). Tienes que poner estos vasos aquí, pero que vayan justo para estas botellas, un vaso por cada botella. (El niño toma los 12 vasos, pero los amontona, de manera que las botellas forman una hilera uu poco más larga). —¿Dónde hay más?
•—Allí (las botellas). —Entonces coloca un vaso por cada botella. —(Hace con los 12 vasos una hilera de la misma longitud que la que forman las 6 botellas espaciadas). —¿Es lo mismo? —Si. —(Distanciamos las botellas). —¿Hay lo misino de vasos y de botellas? —Sí (pero distancia ligeramente los vasos). —(Distan­ciamos de nuevo las botellas). —Aquí hay poco (los 12 vasos), aquí hay mucho (las 6 botellas).
GOL (4 años) empieza por verter el contenido de cada botella en un vaso. Cuando llega a la 4a. botella, al ver que no podrá hacer corresponder las 6 bo­tellas a los 12 vasos, exclama espontáneamente: —¡Pero no hay muchas botellas! —Entonces puedes sacar los vasos. —(Acaba por hacer la correspondencia entre 7 vasos y 6 botellas, juntando un poco los primeros). —¿Hay la misma cantidad de vasos y de botellas? — —(Ponemos un vaso delante de cada botella, que­dando así un vaso sin botella qne le corresponda). —Tengo que poner una bote­lla más. —(Se la damos). ¿Y ahora está bien? —(Dispone los elementos de tal manera que la primera botella corresponde al segundo vaso, y así sucesivamente hasta la 7a. botella, a la que no corresponde ningún vaso). —No, ahí hay un vaso que falta, y ahí hay un vaso que no tiene botella. —¿Entonces qué es lo que fal­ta? —Una botella y un vaso. —(Se los damos, pero él los pone uno enfrente de otro y hace mal la correspondencia hasta el final.
CAR (5; 2): —Haz que cada botella tenga su vaso. —(El niño, que habia tomado todos los vasos, saca algunos, y deja 5, que hace corresponder a las 6 botellas, distanciándolos para obtener una hilera de la misma longitud). —¿Hay lo mismo de vasos y botellas? —Sí. —¿De veras hay lo mismo?   Sí. —(Apreta­mos un poco las 6 botellas delante de los 5 vasos de manera que la longitud deja de ser igual). ¿Hay lo mismo de vasos y botellas? —No. —¿Por qué? —Las bo­tellas son pocas. —¿Hay más vasos o más botellas? —Más vasos. (Los acerca un poco). —¿Hay lo mismo de vasos y botellas? —Sí. —¿Por qué hiciste eso? —Por­que es poco.
Estos casos nos revelan, la existencia de una etapa anterior a la co­rrespondencia propiamente dicha. En el curso de ella, la evaluación se fun­da en la comparación global de las longitudes (o densidades, etc.) de las colecciones consideradas. El ejemplo de Car nos ilustra con particular cla­ridad a este respecto: este niño considera, en efecto, que una hilera de 5 vasos espaciados es más numerosa que una hilera apretada de 6 botellas, pero piensa además que estrechando la primera hilera “eso es poco” ¡de tal modo que se hace equivalente para él a las 6 botellas! Es obvio que la equivalencia entre dos colecciones no podría ser durable, puesto que de­pende de factores variables, como la longitud de la hilera.

II.La segunda etapa: correspondencia término a término pero sin
equivalencia durable entre las colecciones en correspondencia. Los niños de los que daremos ahora algunos ejemplos son perfectamente capaces, en cambio, de efectuar la correspondencia término a término entre las bote­llas y los vaso9. Pero si bien declaran, en el momento de la correspondencia visual entre las dos hileras, que hay tantos vasos como botellas, dejan de creer en esa equivalencia desde que se separan las parejas de términos co­rrelativos espaciando o estrechando los términos de una de las dos colec­ciones:          *
HOC (4; 3): —Estamos en un café. Tu eres el mozo y tienes que sacar del armario un vaso para cada una de esas botellas. El niño coloca con exactitud un vaso delante de cada botella sin tener en cuenta los vasos que quedan: —¿Hay lo mismo? —Sí. Amontonamos ahora las botellas en un grupo: —¿Hay lo mismo de botellas y de vasos? —No. —¿Dónde hay más? —Hay más vasos.
Ahora volvemos a poner las botellas frente a los vasos, en correspondencia exacta de una a otro; luego amontonamos los vasos: —¿Hay lo mismo de vasos y botellas? —No. —¿Dónde hay más? —Hay más botellas. —¿Por qué hay más botellas? —(Con aire decidido) Porque sí.
MOG (4; 4) calcula con la mirada 9 vasos para hacer corresponder a las 6 botellas; los hace corresponder uno por uno y aparta los 3 vasos restantes di­ciendo espontáneamente: —No, no estaba bien. —¿Y ahora hay lo mismo? —Sí. —(Amontonamos los vasos y espaciamos un poco las botellas). ¿Hay la misma cantidad de vasos y botellas? —No. —¿Dónde hay más? —Hay más botellas.
GIN (4; 11): —Tienes que tomar de esa bandeja la misma cantidad de vasos que de botellas, un vaso para cada botella. —(Agarra todos). —¿Crees que es lo mismo? —No. —Entonces saca lo que está de más. —(Hace la correspon­dencia término a término sólo con la mirada y deja sobre la bandeja 6 vasos ¡pero sin contarlos!). —¿Hay lo mismo? —Sí. —Pónlos aquí de nuevo para ver si está bien. —(Los coloca exactamente delante de las botellas). —Ahí está. —¿Es lo mismo? —Sí. —(Amontonamos los vasos). ¿Hay lo mismo? —No. —¿Dónde hay más? —Las botellas son más. —¿Por qué? —Porque hay más aquí (muestra las 6 botellas alineadas). —(Espaciamos los vasos y amontona­mos las botellas). ¿Es lo mismo? —No. —¿Dónde hay más? —Aquí (los vasos).
GAL (5; 1) hace corresponder 6 vasos a 6 botellas. Apretamos los vasos: 2» —¿Hay lo mismo de vasos y botellas? —No, eso es más grande (las botellas) y eso es más chico (los vasos). —(Hacemos la prueba inversa). —Ahora hay más vasos. —¿Por qué? —Porque las botellas están todas ¡untas y los vasos despa­rramados. —Cuenta los vasos. —1, 2... 6. —Cuenta las botellas. —1, 2... 6. —¿No hay lo mismo entonces? —Sí. —¿Por qué dijiste que no había lo mismo? —Porque las botellas son chicas.
MUL (5; 3) hace la correspondencia exacta entre las botellas y los vasos después de haberla calculado con la mirada y de haber puesto 2 vasos de más. —¿Había lo mismo? —No, había demasiados vasos. —¿Y ahora? —Sí, hay lo mismo. —(Apretamos los vasos y distanciamos las botellas). ¿Hay lo mismo? —No, porque es más grande. —¿Sabes contar? —Sí. —¿Cuántos vasos hay? —Seis. —¿Y cuántas botellas? —Seis. —¿Entonces hay la misma cantidad de vasos que de botellas? —Hay más donde es más grande.
OS (5; 10) efectúa una correspondencia inmediata: —¿Hay lo mismo de vasos y de botellas? —Sí, ya conté. Amontonamos los vasos: —¿Hay lo mismo? —No. —¿Por qué? —Porque acá es mucho (botellas) y acá es poco. —(Apre­tamos las botellas y distanciamos los vasos). ¿Ahora hay lo mismo? —No. —¿Por qué? —Porque aquí es mucho (vasos) y aquí es poco.
FU (5; 9) vierte el contenido de las 6 botellas en 6 vasos y coloca éstos delante de las botellas vacías. —¿Hay la misma cantidad de vasos que de bo- tellás? —Sí. —(Amontonamos las botellas delante de los vasos). ¿Hay lo mismo?
  No. —¿Dónde hay más? —Hay más vasos. —(Hacemos al revés). ¿Y ahora?
  Hay más botellas. —¿Cómo se puede hacer para tener la misma cantidad?
Hay que mover los vasos así (gesto de separar), no: hay, que añadir vasos.
FRA (6; 3). Tiene la misma reacción: cuando se amontonan los vasos, dice que hay más botellas, y recíprocamente: —Hay más porque está más separado. Cuando al final se le dice: “Haz que haya lo mismo”, restablece la correspon­dencia basándose en el contacto espacial de los términos.
Con esta fisonomía se presentan los casos de la segunda etapa. Consta­tamos primero que todos estos niños son capaces de efectuar la correspon­dencia término a término. Pero —y en ese fenómeno queríamos insistir— no bien se suprime la correspondencia intuitiva o visual, o sea, basada en un contacto óptico y espacial entre cada botella y cada vaso, y se amon­tona en un grupo uno de los conjuntos dejando la otra hilera espaciada, la equivalencia cuantitativa e incluso la correspondencia cualitativa desa­parece a los ojos del niño. Todo ocurre como si para él la cantidad depen­diera menos del número (noción que, aceptada esta hipótesis, conservaría un carácter puramente verbal, aun cuando el sujeto cuente correctamente) o de la correspondencia término a término entre objetos discretos, que del aspecto global deja colección y especialmente del espacio ocupado por la serie. Incluso Mul por ejemplo, que sabe contar, estima que “hay más don­de es más grande” aun cuando constata que los vasos amontonados com­portan exactamente el mismo número de elementos que la hilera de bo­tellas, o sea, 6 unidades.
¿Pero no podría objetarse entonces que hay un malentendido en el uso de las palabras? En este caso, el niño, aun admitiendo que el número de las botellas y el de los vasos sigue siendo el mismo cuando se agrupa en un montón una de las colecciones, respondería, no obstante, que “hay más” en un lado, pero sólo para expresar simplemente la idea de que la forma de la colección ha cambiado y que el espacio ocupado es más gran­de. Precisamente para responder a esta objeción, y porque es difícil re­chazar con palabras la posibilidad de un malentendido verbal, multiplica­remos las situaciones y los ejemplos en estos dos capítulos. Por tanto, sólo a medida que vayamos examinando los nuevos hechos, podremos decidirnos por una de las dos interpretaciones.
Desde ya, sin embargo, es necesario que hagamos las siguientes obser­vaciones. En primer lugar, si bien es difícil encontrar expresiones claras entre los 4 y los 5 años para expresar la equivalencia cuantitativa, no te­nemos tampoco ninguna prueba de que un niño de 5 años como Mül em­plee en general los términos “seis vasos” o “seis” en el mismo sentido qne nosotros. Todo lo que alcanzamos a ver es que Mül sabe aplicar a los ob­jetos los seis primeros nombres de los números, es decir, que sabe poner en correspondencia palabras y vasos, como vasos y botellas. ¿Pero es ello una prueba de que esta enumeración verbal exprese una cuantificación mejor desde el punto de vista del niño que el espacio ocupado, y de que la atribución de las cifras a los objetos responda a la pregunta por el “cuánto” en un sentido realmente numérico? Evidentemente, no tenemos ningún derecho para afirmarlo, puesto que también sería posible concebir que la correspondencia entre los nombres de los números y los objetos fue­ra en este nivel una simple correspondencia verbal, sin que en realidad el niño posea las nociones necesarias para la constitución del número mismo, definidas por la permanencia y la equivalencia de los conjuntos indepen­dientemente de la disposición de los elementos que los componen. Vemos así que el argumento extraído del lenguaje se desvirtúa fácilmente, y que sería prudente extraer de él algo que no fuera la simple constatación de una discordancia entre la atribución de nombres (de “cifras”) y la intui­ción visual.
' ....
En segundo lugar, cuando el niño expresa una variación cuantitativa,
no siempre se limita a decir “hay más” o “hay menos”, lo cual podría ha­cer creer en una evaluación puramente espacial, sin significación respecto de las cantidades discontinuas, sino que precisa con frecuencia (Hoc, Mog, Gm, Dn, Fu, etc.) que “hay más vasos” o “hay más botellas”. Os dice: aquí hay mucho y aquí hay poco”. Gal (que en oposición a Mül, se con­vence finalmente de la equivalencia de las dos colecciones al descubrir que tienen el mismo número 66) nos hace comprender bien la cuestión: la ex­presión inicial “es más grande” se traduce en seguida por “hay más vasos”, y eso ocurre porque las botellas, una vez acercadas entre sí, “son peque- **as * ¿Qu¿ puede significar esta última afirmación sino que el niño es­peraba una disminución de la cantidad misma y que, al encontrar, en con­tra de su creencia, el mismo número, concilia esta permanencia experi­mental del número 6 con la contracción del espacio ocupado, reduciendo el valor mismo de los elementos evaluados?
En tercer lugar, “y éste nos parece el argumento decisivo— el modo como llega a la respuesta justa muestra claramente en qué consistía el ra­zonamiento del niño hasta entonces. Veremos en efecto cómo en la tercera etapa el niño descubre y declara explícitamente que el hecho de estrechar o de espaciar los elementos no modifica en nada su número, lo cual cons­tituye, precisamente, la conquista propia de este nivel superior; antes de ella, las modificaciones introducidas en el espacio ocupado se presentaban al niño ligadas a la cuantificación de los elementos mismos.
III.La tercera etapa: la correspondencia término a término y equivalencia durable de las colecciones en correspondencia. Presentamos dos ejemplos de respuestas correctas que nos permitirán hacer esa comparación con las soluciones inferiores:
PEL (5 años 1/2) comienza por colocar 5 vasos frente a 6 botellas, y después añade un vaso: —¿Es lo mismo? —Sí. —¿Y ahora? (estrechamos los vasos). —Sí, es la misma cantidad de vasos. —¿Por qué? —Eso no cambia nada. “¿Y así? (alineamos las botellas y distanciamos los vasos). —Sí, hay lo mismo.
LAU (6; 2) h ace corresponder 6 vasos a 6 botellas. Amontonamos los vasos: ¿Sigue habiendo lo mismo? —Sí, hay lo mismo de vasos. Usted lo único que hizo fue apretarlos así, pero es lo mismo. —¿Y ahora hay " más botellas (amon­tonada*) o más vasos? (espaciados). —Hay siempre lo mismo. Usted no hizo más que ponerlas juntas (las botellas).
Vemos que para estos niños los conjuntos, una vez puestos en corres­pondencia unívoca y recíproca, y equivalentes a causa de esta correspon­dencia, siguen siéndolo después, cualquiera, sea la disposición de los ele­mentos. Esto es lo que Lan indica de la manera más clara, como si quisiera marcar la diferencia que lo separa de la etapa anterior: los vasos conser­van el mismo número si “lo único que se hace con ellos es apretarlos”, etc.
En resumen: el sentido de estas respuestas es que las cantidades perm«- uecen equivalentes si se modifica el espacio ocupado, lo cual muestra su­ficientemente que la cuestión, para el niño, residía precisamente hasta en­tonces en saber si el número variaba con la figura: queda así constituida la operación de la correspondencia biunívoca y recíproca, más allá de la simple comparación intuitiva u óptica.
Se hace posible, pues, ahora, interpretar la significación de las tres etapas que caracterizan esta construcción, o, por lo menos, enunciar las hipótesis que se verificarán en el curso de las experiencias siguientes.
Respecto de la primera etapa, su significación es evidente: en la esti­mación de las colecciones de objetos, el niño se contenta con una especie de comparación de conjunto o de relación global, sin correspondencia tér­mino a término, y basada en una simple evaluación espacial (longitud de las hileras, etc.). La tercera etapa presenta también un sentido perfecta­mente claro: correspondencia biunívoca y recíproca con equivalencia du­rable de las colecciones en correspondencia. Teniendo en cuenta esto, para interpretar la segunda etapa, basta, al parecer, con restablecer la continui­dad entre las otras dos, lo cual viene a ser lo mismo que aceptar tal como se dan las reacciones de los niños de ese nivel, sin querer traducir sus pensamientos en conceptos superiores: la equivalencia cuantitativa entre dos conjuntos se manifiesta, sí, para ellos, en una correspondencia término a término, pero de orden perceptivo, por así decir, o intuitivo, y que su­pone en consecuencia un contacto percibido entre los términos puestos a corresponder. Ese contacto es, en este caso particular, de orden visual, pero podría ser acústico, táctil, etc. Y a causa de esa misma restricción, es suficiente con que los objetos pierdan este contacto término a término pa­ra que se rompa la correspondencia, y sólo le queda entonces al niño, par? evaluar las dos colecciones, el criterio de la etapa anterior, es decir, el criterio global y espacial: como dice Mül, que sin embargo sabe contar hasta seis: “hay más donde es más grande”.
¿Qué significa entonces la expresión “hay más” en un niño que sabe, no obstante, que hay seis vasos y seis botellas? De una manera general ¿qué quiere decir el niño con expresiones como “hay más vasos” o “aquí hay mucho y aquí hay poco”? Sería absurdo atribuirles la idea de que el nú­mero mismo de los objetos varía, ya que toda nuestra interpretación va en­caminada precisamente a afirmar que no poseen todavía la noción del nli- mero. Por otro lado, y por la misma razón, ello no puede significar simple­mente que el espacio aumentó mientras el número permaneció igual, por lo mismo que la idea del número no se ha construido todavía. La única ma­nera de interpretar el hecho es, pues, admitir una especie de indiferencia- ción entre el número y el espacio ocupado, o sea, —repitámoslo una vez más— una evaluación global, y no analítica todavía, la única evaluación analítica que es accesible- al niño cuando la correspondencia es visual o de orden perceptivo. Es lo que expresa muy bien Fu cuando declara que pa­ra restablecer la correspondencia entre seis vasos juntos y seis botellas separadas, es necesario separar los vasos entre sí o añadir otros, como si las dos soluciones fueran igualmente válidas.
De esta manera, se plantean dos problemas. £1 primero es el pasaje de la cuantificación global basada en relaciones perceptivas de longitud o de espacio ocupado a la correspondencia término a término de orden intuiti­vo; el segundo es la transformación de esta correspondencia intuitiva en una correspondencia operatoria con equivalencia durable. Pero antes de pa­sar a discutir estos problemas con provecho, necesitamos nuevas expe­riencias.

§2. LA CORRESPONDENCIA ENTRE LAS FLORES Y LOS FLOREROS O ENTRE LOS HUEVOS Y LAS HUEVERAS
Es evidente que cuanto mayor sea la cohesión de los objetos colocados en correspondencia término a término, más durable será la equivalencia de las colecciones en correspondencia. Es así que si se coloca una flor en un florero o un huevo en una huevera, se asegura al niño uña unión más estrecha entre los términos correlativos que si se coloca simplemente un vaso al lado de una botella: el contenido que se introduce en el continente es para él más complementario que lo que puede serlo un vaso respecto de una botella colocada delante. Y una vez que se hayan sacado las flores y hiievos para amontonarlos en un grupo, será menor el esfuerzo del niño para comprender que la cantidad de flores o de huevos permanece equi­valente a la de los floreros o las hueveras.
Esta circunstancia es preciosa desde dos puntos de vista. Primero, por­que constituye un argumento más a favor de lo bien fundado de nuestras interpretaciones: que los mismos niños respondan mejor a las mismas pre­guntas cuando la correspondencia es intuitivamente más estrecha, quiere decir que no hay malentendido verbal, sino que la correspondencia es más o menos cuantitativa según el contenido de los problemas propuestos. Ade­más, esta diferencia en la facilidad de las respuestas nos pone en condi­ciones de analizar mejor estas últimas que si la incomprensión del niño fuera general.
La técnica adoptada'es la siguiente. En el caso de las flores y los flo­reros, se empieza por despertar el interés del sujeto con un pequeño juego: “¿Qué vamos a poner en esos floreros? •—Flores. —Entonces hay que ir al jardín a buscar flores, una flor para cada florero, lo mismo (o lo “mis­mo mucho”) de flores que de floreros”. Se coloca delante del niño cierto número de flores, superior al número de floreros, y se observa la manera en que él efectúa la correspondencia: puede, o bien colocar una flor de­lante de cada florero, o bien formar con ellas una hilera más o menos apretada pero de la misma longitud. Después de esto, se pide al niño que verifique la correspondencia, poniendo una flor en cada florero: habiendo obtenido así la correspondencia término a término, se vuelven a tomar las flores y se las dispone en ramos (o los floreros en un grupo) y se le pre­gunta, como antes, si hay un número equivalente de unas y otras. En cuan­to a los huevos y a las hueveras, la técnica es la misma: el sujeto debe pre­parar un número de huevos igual al de las hueveras que ve; luego, después de introducir los huevos a título de verificación, se los saca y se los reúne para ver si la equivalencia es durable. Es conveniente, además, arrimar primero los huevos bien cerca de las hueveras, y después colocarlos a una cierta distancia, para ver si el contacto óptico desempeña verdaderamente un papel en el juicio de equivalencia.

I.La primera etapa: comparación global sin correspondencia término
a término ni equivalencia durable. Presentamos aquí algunos ejemplos de los niños que, para constituir dos cantidades iguales, se contentan con dis­poner las flores en una hilera cuya longitud es equivalente a la hilera de los floreros:
FUN (4: 4) empieza tomando una por una las flores mirando sucesiva­mente cada florero, pero no puede prolongar ese método más allá de algunas unidades, procediendo en seguida a una estimación global. —¿Hay lo mismo?
  Sí. —¿Quieres ver? —(Coloca las flores en los floreros y comprueba que fal­tan 3 flores). —Faltan florea ahí (las añade). —¿Y ahora hay lo mismo? —Sí. —Escucha: ahora vamos a sacar por un momsnto las flores para cambiar el agua (apretamos los floreros y distanciamos las flores). ¿Hay la misma canti­dad de flores y floreros? —Hay más flores. —Pruébalo bien. —(Aparta los flo­reros). —No, hay lo mismo. —(Apretamos de nuevo los floreros). •—Hay más flores. —¿Por qué? —Porque hay una flor aquí (señala una flor que no está más delante de un florero). —¿Crees que todas las flores van adentro? —Pien­so que hay que sacar eso (las dos flores que desbordan la hilera de los floreros). Voy a ponerlas en seguida (cuando va a hacerlo, comprueba que faltan las dos flores que él sacó, y las vuelve a añadir). —Vamos a cambiar el agua ¿quieres? (Sacamos de nuevo las flores y las apretamos entre sí). Si volvemos a poner es­tas flores en los floreros ¿habrá lo mismo o no? —Creo que es lo mismo. No: hay demasiados floreros. —Entonces, haz lo debido para que haya lo mismo. —(¡El acerca entre sí los floreros!). —¿Crees que está bien así? —Sí, creo que está bien.
GUI (4; 4) hace una hilera apretada de 13 flores enfrente de 10 floreros más distanciados, a pesar de que ya contó éstos de 1 a 10. Como las hileras son de la misma longitud, Gui piensa que “hay lo mismo” de flores y de flore­ros. —¿Entonces puedes poner las flores en los floreros? —Sí. Las pone, y so­bran tres flores. Sacamos las flores y las amontonamos delante de los floreros: —¿Hay lo mismo de flores y de floreros? ■—No. —¿Dónde hay más? —Hay más floreros. —Y si volvemos a poner las flores en los floreros ¿habrá una flor en cada florero? —Sí. —¿Por qué? —Porque hay bastantes. —(Apretamos los flo­reros y espaciamos las flores). ¿Y ahora? —Hay más flores... etc.
En cuanto a los huevos y las hueveras, he aquí tres ejemplos de reac­ciones de este nivel, de las cuales las más primitivas no alcanzan (como Fun con las flores) ni siquiera a la idea de una vuelta necesaria a la situa­ción inicial:
FRA (4; 3): —Toma los huevos que se necesiten para esas hueveras, ni mas ni menos, un huevo para cada huevera. (El niño construye una hilera de la misma longitud, pero que contiene muchos más huevos). —¿Hay lo mismo de huevos y de hueveras? —Sí. —Si es así, coloca de nuevo los huevos en las hueveras para ver si es verdad. —(Lo hace). —¿Es lo mismo? —No. —¿Y aho­ra? —Si (saca los elementos de más). —Ahora vamos a sacar todos los huevos (se los amontona delante de las hueveras). ¿Ahora es lo mismo? No. —¿Por qué?
     Hay mas hueveras. —¿Hay huevos bastantes para las hueveras? —No sé.
          (Acercamos entre sí las hueveras y desparramamos los huevos). Mira. ¿Hay ahora lo mismo de huevos y hueveras? —.Yo, hay más huevos. —¿Hay las hue­veras suficientes para estos huevos? —No, no sé.
ZU (4; 9) comienza también por colocar delante de las hueveras una hilera apretada de huevos, pero de la misma longitud. Pone luego los huevos dentro de las hueveras apartando lo que sobra. Después de esto, saca por propia ini­ciativa los huevos y los coloca delante de las hueveras, en un puñado: —¿Hay lo mismo de huevos y de hueveras? —No, hay muchas hueveras y menos hue­vos. —¿Hay huevos bastantes para las hueveras? —Yo. Sacamos todos los hue­vos y dejamos solamente 4 (para 7 hueveras) en una hilera muy distanciada- —¿Hay huevos bastantes para estas hueveras? — fia longitud de las hileras es la misma) —Pónlos tú mismo para ver. —{Los pone y parece muy sorpren­dido de que falten algunos). —¿Y ahora hay lo mismo? (se han sacado los 4 huevos y se ha formado una hilera de la misma longitud que la que forman las 7 hueveras, pero formada por 12 huevos].—Sí. —¿De veras? —Sí. —Si los ponemos en las hueveras ¿sobrarán algunos? —.Yo, van a ir todos adentro.
Haz^ la prueba. —(Queda de nuevo muy sorprendido) L —¡Todavía sobran al­gunos. Colocando solamente 3 huevos, muy distanciados, frente a una colección de 7 hueveras, Zu responde correctamente qne "quedarán hueveras vacías”, ¡pero con 5 huevos espaciados cree de nuevo que habrá correspondencia exacta!
A Vemos que estos niños no llegan por sí mismos a la correspondencia termino a termino, y no llegarían tampoco a descubrirla si no fuera porque a ello los obligan las relaciones de continente a contenido existentes entre los floreros y las flores y entre las hueveras y los huevos. En lo que se re­fere a la equivalencia de los dos conjuntos, se constata que se funda en­teramente en la comparación perceptiva de las longitudes de las hileras; basta, en efecto, con estrechar o distanciar los elementos de una de las colecciones para qne no se la conciba ya como equivalente a la otra. Así, Fum, despues de haber colocado una flor en cada florero, llega incluso a creer que, una vez sacadas fuera y dispuestas separadamente, las flores no corresponden ya término a término con los floreros, y hasta suprime al- gynas de ellas de la hilera para restablecer la correspondencia. Así tam­bién Zu lleva a tal extremo la evaluación basada en el espacio ocupado, que se propone hacer entrar sucesivamente 4, 12 y 5 huevos en las 7 hue­veras, y no considera en cambio que sea posible hacerles corresponder los 7 huevos que él mismo ha introducido en ellas, y que después ha sacado afuera y dispuesto en una hilera apretada. Estamos aquí ante conductas que causan asombro, y que nos muestran hasta dónde puede llegar la indi- ferenciación de la cantidad discontinua y del espacio ocupado en esta primera etapa. En este nivel, aun cuando la fuerza de la situación lleva a establecer la correspondencia término a término, el niño, después de que se deformado el aspecto perceptivo de una de las colecciones, duda de que se pueda volver a esa correspondencia recurriendo a un restableci­miento del estado inicial. Cuando, como en el caso de Gui, el niño cree en la posibilidad de una vuelta a la situación inicial, es obvio que ello puede explicarse por un simple recuerdo de la correspondencia previamente per­cibida, sin que . esto constituya una prueba de que la equivalencia persiste: Gui, en efecto, estima que "hay más flores” cuando se estrecha la distan­cia entre los floreros, y viceversa.
II. La segunda etapa: correspondencia término a término, pero intui­tiva y sin equivalencia durable.
Los niños de la segunda etapa se diferen­cian de los de la primera en que son capaces de efectuar de golpe la co­rrespondencia término a término, pero sin deducir de ahí una equivalencia cuya duración se mantendría independientemente de la disposición espa­cial de los elementos. Presentamos aquí ejemplos para las flores y los flo­reros:
DAL (4; 6) después de examinar los 10 floreros, toma 9 flores, creyendo haber obtenido así la correspondencia exacta. Cuando llega al séptimo florero, se da cuenta de que no tendrá bastantes flores y toma una más. Cuando él ha introducido las flores en los floreros, sacamos las flores y las amontonamos:
  ¿Hay lo mismo de flores y floreros? —No. —¿Por qué? —Hay más vasos.
  ¿Y ahora? (se hace la operación inversa). —Hay más flores.
SIM (5; 7) pone una flor en cada florero. Las ponemos afuera y las reuni­mos en un grupo: —¿Hay lo mismo de flores y floreros? —No. —¿Por qué?
  Hay más floreros. —¿Hay las flores bastantes para estos floreros? —Sí. —(Hacemos la operación inversa). ¿Y ahora? —Hay más flores. —¿Hay los floreros suficientes para flores? —Sí. —¿Entonces es lo mismo mucho? —No, aquí (floreros) hay más, porque está separado.
Y     con los huevos y las hueveras:
SIM (5: 7) hace corresponder 6 huevos a 6 hueveras y los pone dentro de éstas. Los sacamos y espaciamos los huevos. —¿Hay lo mismo de huevos y hue­veras? —No. —¿Dónde hay más? —Aquí (huevos). —Si queremos poner un hue­vo en cada huevera ¿lo podemos hacer? —Sí... No sé.
DTJM (5; 8) hace corresponder también 6 huevos a 6 hueveras y él mismo los pone dentro de las hueveras. Cuando sacamos afuera los huevos y los agrupamos delante de las hueveras. Dum estima que ya no hay lo mismo. -¿Por qué? —Porque usted hizo así (gesto de agrupar). —¿Hay huevos bastantes para las hueveras? —No. —(Apretamos las hueveras y espaciamos los huevos). ¿Y ahora? —No, no está bien porque hay más huevos.
Estos pocos casos bastan para confirmamos en la existencia de una segunda etapa, situada entre la de la no correspondencia espontánea y la de la equivalencia durable: hay correspondencia término a término inme­diata, pero es puramente intuitiva, puesto que la transformación de la configuración del conjunto hace cesar inmediatamente la equivalencia. Por otra parte, si algunos sujetos de esta etapa creen en la posibilidad de una vuelta al estado inicial, no lo conciben como necesario: Sim, por ejemplo, afirma que las flores apretadas o espaciadas de la hilera corresponderán cada una a una hilera; pero la seguridad con que afirma esto ya no es la misma cuando pasa a hacer corresponder los huevos y las hueveras. Aun más: aun cuando el niño admite la posibilidad de una vuelta al estado ini­cial, no deduce de ahí la invariancia de la equivalencia en el intervalo: el mismo Sim considera que “hay más flores” que floreros cuando se han acercado estos entre sí, sin que esto se contradiga para él con el hecho de que pueda poner de nuevo una flor en cada florero, y cuando se le pre­gunta: “¿Entonces hay lo mismo?”, especifica que “no, aquí hay más por­que está más separado”. No hay ejemplo mejor para demostrar que para el niño de este nivel la cuantificación no se reduce ni al número (la ma­yoría entre los sujetos saben contar hasta 10) ni a la correspondencia bi­unívoca y recíproca, sino a una correspondencia intuitiva estrechamente ligada a la configuración perceptiva del conjunto analizado.

III.Respuestas intermedias entre la segunda y tercera etapas y res­
puestas de la tercera etapa: correspondencia operatoria con equivalencia durable.
El interés de las presentes experiencias reside en el hecho de que, por ser un poco más fáciles que las de los vasos y las botellas, encontramos en ellas casos intermedios que no llegan a resolver el problema de las bo­tellas pero que consiguen poco a poco resolver los de los floreros y las hue­veras; y esto permite analizar mejor el mecanismo de la solución correcta. Presentamos aquí algunos ejemplos de estos casos de transición:
_ DU (5; 8) pertenece a la segunda etapa en lo que concierne a la experien­cia de los vasos y las botellas (ver I). En cuanto al experimento de las flores pone estas en correspondencia exacta con los floreros, y cuando las sacamos para agruparlas, empieza por decir, que “hay más floreros”. Cuapdo se hace la operación inversa, dice también: “Hay más flores”. Pero en seguida presentamos a Du un ramillete nuevo de flores de otro color: —Vas a poner también cada una de estas en cada florero. —(Lo hace; sacamos las flores y las agrupamos delante de los floreroA). —¿Sigue habiendo ahora lo mismo de flores y floreros? —Sí. —¿Por qué? —Porque usted las había puesto todas ahí (en los floreros).
^*ero cuando estrechamos los vasos y espaciamos las flores a una cierta distan- cía, vuelve a caer en su error.
MOU (5; 8), cuando las flores están agrupadas, dice también que hay tan­tas flores como floreros. Pero cuando se estrechan los floreros, los considera más numerosos: “Hay más”.
OS (5; 10) pertenece también a la segunda etapa en lo que concierne a los vasos y las botellas. En el experimento de las flores, oscila también entre las soluciones de la segunda y tercera etapas. Cuenta primero 10 floreros, y luego, a medida que va contando 10 flores, las va colocando en los floreros. Ponemos afuera las flores y las estrechamos cerca de los floreros: —¿Es lo mismo mucho? —Sí, porque hay diez (floreros) y aquí (flores) hay diez. —(Es­trechamos los floreros dejando las flores a cierta distancia). ¿Y ahora? —No, aquí (los floreros) hay poco. —Mira, ahí tienes flores rosas. Toma la cantidad necesaria para ponerlas en los floreros (éstos están de nuevo alineados). —(Cuen­ta cautelosamente y las coloca en los floreros). —(Sacamos fuera de los flo­reros las flores rosas, esparciéndolas del otro lado de aquellos, quedando las flores del lado del niño). —¿Hay lo mismo de flores rosas y de azules? —Sí, hay 10 aquí y 10 allí. —¿\ lo mismo de flores rosas y de floreros? —No.
Añadimos algunas reacciones más, semejantes a las anteriores, y ob­servadas en ocasión de la experiencia de los huevos y las hueveras (bay que observar aquí el hecho de que en varios casos el niño cree en la equi­valencia cuando una de las colecciones se encuentra dispuesta en una hi­lera apretada inmediatamente cerca de la otra, mientras que el sentimiento de equivalencia disminuye con la distancia):
GAL (5; 1), cuyas respuestas hemos visto ya en §1, hace corresponder de entrada 6 huevos a 6 hueveras. Cuando ponemos afuera los huevos para agru­parlos delante de las hueveras, cree todavía en la equivalencia: —¿Por qué dices que es lo mismo? —Porque sí. —(Dispersamos los huevos). ¿Es lo mismo tam­bién ahora? —No. —¿Por qué? —Porque acá están desparramados v allí (en las hueveras) van justos (están apretados). —Pero si los volviéramos a poner aden­tro ¿habría lo mismo de huevos y de hueveras? —Sí.
Puede apreciarse el interés de estos casos intermedios. De una mane­ra general, estos casos marcan el comienzo de la liberación de la corres­pondencia operatoria respecto de la correspondencia óptica intuitiva. Así por ejemplo Du, después de que ha negado la equivalencia cuando la correspondencia término a término ya no es visible, acaba por comprender que las flores dispuestas apretadamente cerca de los floreros son tan nu­merosas como éstos, y aduce para ello esta excelente razón: que “se las ha puesto todas allí”, es decir, que las flores han estado contenidas antes en los vasos. Sin embargo, no puede aplicar el mismo razonamiento cuando se hace la operación inversa, es decir, cuando se distancian las flores, y cree que son más numerosas porque están alejadas entre sí. Mou atribuye a la cantidad de las flores la misma constancia, pero cree en cambio que los floreros aumentan en número cuando se los acerca entre sí (tenemos que observar aquí que el criterio de la cantidad no es ya el espacio ocupado sino la densidad). En lo que se refiere a Os, este niño nos presenta el caso extraordinario de poder identificar el número de los floreros y de las flo­res cuando el experimentador acerca éstas, y no cuando se las distancia; y además, de identificar el número de las flores rosas y el de las flores azules, que están ambas espaciadas, y no el número de las flores rosas es­paciadas y el de los floreros todos juntos. El motivo de esta conducta es, evidentemente, que las flores dispuestas juntas cerca de los floreros le hacen recordar que estaban dentro de ellos, en tanto que las flores aleja­das de ellos pierden ese carácter a causa de la falta de contacto óptico.
Esto es lo que se observa cuando, en el caso más simple de Os, éste cree en la equivalencia de las hueveras y de los huevos cuando éstos están reu­nidos justo al lado de aquéllas, pero deja de creer en esa equivalencia cuando los huevos están a una cierta distancia. Del mismo modo Gal, cuan­do piensa en la posibilidad de devolver los huevos a las hueveras, muestra claramente hasta qué punto conserva la creencia en la equivalencia per­diéndola cuando los huevos están demasiado alejados. En resumen: el niño empieza a liberarse de la percepción para constituir una correspondencia con equivalencia propiamente intelectual. Cuando los huevos están juntos pero cerca de las hueveras, por más que se altere la configuración de las dos colecciones, el contacto óptico conserva su poder para mantener viva en el niño la correspondencia y hacerle admitir la equivalencia, pero cuan­do los huevos están alejados entre sí de las hueveras, la equivalencia se rompe, porque la operación de correspondencia no está liberada todavía de la percepción.
En los casos típicos de la tercera etapa, la operación se libera final­mente de la intuición y el niño llega por ello mismo a la reversibilidad y la equivalencia:
FET (5; 5) hace una hilera de 10 flores delante de los floreros, y pone luego las flores dentro de éstos. Sacamos las flores afuera y hacemos con ellas un montón: —¿Hay lo mismo todavía? —Sí. —¿Y así (espaciadas y lejos de los floreros). —Sí. —¿Por qué? —Porque estaban ahí adentro.
BET (5; 8). Después que haya hecho la correspondencia sin contar, hace­mos con las flores un montón lejos de los floreros: —¿Hay lo mismo? –Sí. -¿Por qué? –Porque está bien (= porque se las puede meter dentro)
Y con los huevos apretados delante de los vasos: —¿Sigue habiendo lo mis­mo? —Sí. —¿Por qué? —Porque se hizo así (gesto de estrechar). —¿Y ahora? (huevos desparramados y vasos juntos). —Sí. —¿Por qué? —Si usted pone los huevos, aunque sea separados, es lo mismo.
PIT (6; 11). Las mismas reacciones. Cuando los huevos están distanciados, siguen siendo equivalentes "porque todos van en las hueveras".
Al leer estas respuestas tan simples, nos preguntamos cómo es posi­ble que el niño haya tardado tanto en comprender la equivalencia durable de las colecciones en correspondencia. Sin embargo, la diferencia entre estos sujetos y los anteriores es esencial, puesto que marca el primado de la operación propiamente dicha sobre la percepción.
En efecto: hasta este momento, la única cuantificación que estaba al alcance del niño se fundaba en la transformación de orden espacial y per­ceptivo, mientras que la correspondencia término a término misma no era cuantitativa. Dicho en otras palabras, las cualidades que el niño percibe sólo dan lugar en las primeras etapas a simples relaciones cuantitativas (más o menos “grande”, “largo”, “pequeño”, “apretado”, etc.) sin que ha­ya operaciones propiamente dichas. Estas cualidades no están coordinadas o multiplicadas entre sí: lo único que el niño ve, por ejemplo, es que si se aumenta el espacio entre los elementos de una hilera, su número dis­minuye por unidad de longitud, y que si se los acerca, se aumenta ese nú­ mero relativo. Es así que en la primera etapa el niño sólo se guía, por* juzgar acerca de la cantidad, por la mayor o menor longitud de la hilera, v no multiplica esta relación con las de “colocado enfrente”, o sea, no constituye correspondencias, ni siquiera intuitivas (y podemos definir la correspondencia término a término, en el nivel intuitivo, como resultante., precisamente, de la multiplicación de las relaciones de “misma distancia” entre N1 y N2 y entre N’1 y N’2; entre N’ 2 y N3 y entre N2 y N3, etc., por las relaciones de “colocado enfrente” que existen entre N1 y N’1; entre N2 y N’2...). En el nivel de la segunda etapa, el niño ya se ha vuelto capaz de hacer esta coordinación, pero en un plano puramente intuitivo, es de­cir, que sabe efectuar una correspondencia euando los términos correla­tivos se sitúan frente a frente. Sin embargo, basta con cambiar la disposi­ción de una de las colecciones, sea acercando, sea espaciando sus elemen­tos, para que el sujeto deje de creer en la equivalencia. El motivo de ello es que la correspondencia cuantitativa no supone solamente la correspon­dencia simplemente perceptiva, aun cuando ésta fuera cualitativamente exacta, sino, además, una operación superior que es la igualación de las diferencias, es decir, una coordinación de los desplazamientos de los ele­mentos en virtud de la cual esos desplazamientos se compensen volviéndose reversibles. Mientras el niño no llegue a esta última multiplicación, que es de orden matemático, y no ya solamente cualitativo, sus correspondencias no conducirán a una equivalencia durable. Por eso, el hecho de que los niños, aun creyendo que las flores reunidas en un montón son menos nu­merosas que los floreros con los cuales aquéllas han estado en corres­pondencia, admitan no obstante que se las podría poner una por una en los floreros, no indica la existencia de una operación lógicamente reversi­ble, sino una simple previsión de una repetición empírica, que está exenta de esa coordinación de las relaciones que es la única que puede otorgar a la repetición un carácter necesario. Esta multiplicación se opera precisa­mente en el curso de la tercera etapa, y ello ocurre gracias a que el niño descubre que toda transformación espacial en la disposición de los ele­mentos puede corregirse por medio de una operación inversa. Esto es lo que expresan Fet y Bet, cuando al justificar la equivalencia establecida entre las flores reunidas o distanciadas y los floreros, dicen simplemente: es lo mismo porque ellas “estaban ahí dentro” o “porque eso va ahí” (ahí dentro) o “si usted pone los huevos, aunque sea separados, es lo mismo”, y “todos van en las hueveras”. Estas razones no tenían ningún valor para los niños de las etapas anteriores, y sólo adquieren su significación cuando se llega a comprender la reversibilidad, y cuando se la llega a comprender como fuente de la equivalencia. Vemos asi cómo el primado de la opera­ción sobre la intuición perceptiva resulta de la reversibilidad progresiva del pensamiento: la percepción es por esencia irreversible, pero a medida que se va resolviendo en juicios de relación, las operaciones reversibles así constituidas son capaces de dominarla y remplazar así la correspondencia intuitiva por una correspondencia operatoria y cuantitativa, que asegura la equivalencia necesaria y durable de las colecciones puestas en correspon­dencia, oponiéndose a la apariencia de la percepción inmediata.


Y       MERCANCIAS
Una vez estudiada la correspondencia por así decir estática de obje­tos complementarios yuxtapuestos o contenidos uno en el otro, se hace in­dispensable estudiar la correspondencia dinámica representada por el inter­cambio de uno con uno. Empezaremos el análisis valiéndonos de una téc­nica que es la simple prolongación de la que hemos empleado en las últi­mas experiencias. Se anuncia al niño que se va a jugar al vendedor y, a ese efecto, se le dan algunos centavos para comprar flores, o bombones, etc., dejando sentado que cada objeto vale un centavo. Primero se puede hacer prever al niño cuántos objetos podrá comprar (y es aquí donde el método podrá ser el de la comparación global, o el de la correspondencia término a término, o incluso el de la numeración). Después se hace el in­tercambio de uno con uno y se averigua si para el niño hay o no equiva­lencia de los centavos y los objetos comprados. Pero, como estos métodos de correspondencia equivalen a los que estudiaremos en el próximo capí­tulo. y como el problema que nos interesa aquí es el de la equivalencia de las colecciones en correspondencia, dirigiremos el análisis con prefe­rencia a este último punto.
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Todos los niños de este primer nivel saben naturalmente intercambiar uno con uno de manera correcta sus centavos con los objetos propuestos. Pero son incapaces por una parte de prever, por correspondencia, la cantidad de elementos que tendrán que intercambiar, y además no extraen la conclusión de que las colecciones objeto del intercambio son equivalentes. He aquí tres ejemplos: ‘
GUI (4; 4) enfrenta 5 flores y 6 centavos, luego hace el intercambio de cada flor con cada centavo (añadiendo una flor a las 5 iniciales, extrayéndola de la caja de reserva). Los centavos están alineados y las flores agrupadas en un montón: —¿Que es lo que hemoso hecho? —Han cambiado. —¿Hay lo mismo entonces de flores y de centavos? ■—No. ■—¿Hay más en un lado? —Sí. —¿Dónde?
—Ahí (centavos). (Hacemos el intercambio de nuevo, pero amontonando los centavos y haciendo una hilera con las flores). —¿Hay lo mismo de flores y centavos? —No. —¿Dónde hay mucho? —Aquí (flores). —¿Y allí? Acentavos). —Menos.
MIC (4; 4) tampoco sabe efectuar correctamente por anticipado la corres­pondencia entre las flores y Iqs centavos. Intercambiamos uno coi? uno 6 flores y 6 centavos (aquellas están dispuestas en hilera y éstos en un montón). —¿Hay lo mismo de flores y centavos? —No, hay más flores. —¿Por qué? —Porque las flores están más separadas.
DUC (4; 6), como sus compañeros, sólo llega a una estimación previa de tipo global. Intercambiamos luego 6 flores con 6 centavos desparramados: —¿Te­nemos lo msimo? —No, hay más centavos. —‘-(Le devolvemos el dinero y ha­cemos de nuevo el intercambio paralelamente al amontonamiento de los centa­vos). ¿Y ahora? —No, hay más flores.
Sería inútil comentar estos casos sin antes examinar los de la se­gunda etapa, que tienen en común con los últimos la falta de creencia en la equivalencia durable.

II.La segunda etapa: correspondencia previa e intercambio de uno
con uno, pero sin equivalencia durable.
El único progreso efectuado en la segunda etapa es, pues, la estimación justa, por correspondencia visual, de aquello que habrá que intercambiar para que la operación resulte lo­grada. Pero, a pesar de esta previsión y de la confirmación experimental proporcionada por el intercambio mismo, el sujeto, exactamente como los precedentes, no cree en la equivalencia necesaria de las colecciones inter­cambiadas:
NIC (4; 1) cuenta 10 flores y 10 centavos, pero no totaliza cada colección en un número cardinal único: —¿Cuántos centavos tenemos entonces? —Uno, dos, tres, cuatro... diez (enumeración de memoria). —¿Qué puedes comprar con ellos? —(Intercambia un centavo con una flor, etc., hasta 10; pero nosotros he­mos formado con los centavos una hilera, mientras que él conserva las flores en la mano...)—¿Hay lo mismo de flores y de centavos? —Hay más centavos (pero ahora efectúa la correspondencia espontáneamente, colocando cada una de sus flores delante de cada centavo). ¡Ah, sí! es lo mismo. —(Amontonamos las flo­res). ¿Y ahora? —Hay más centavos. —(Amontonamos los centavos y alineamos las flores). —¿Y ahora? —No, porque hay muchas flores.
LID (4; 5) enfrenta 4 centavos a 4 botones: —¿Hay lo mismo de centavos y de botones? —Sí, hay lo mismo. —Muy bien. Ahora vas a comprar flores. Ahí están tus centavos (seis). Darás un centavo por cada flor. —(Intercambiamos 6 flores con 6 centavos; éstos están alineados, en tanto que las flores las tiene él en la mano). ¿Hay lo mismo de flores y de centavos? —Sí, es... No, no es lo tnis- mo. Aquí hay más (muestra las flores). —¿Podemos poner una flor delante de cada centavo? —No, hay demasiadas flores (hace la prueba prácticamente y des­cubre que la correspondencia es exacta). Sí, es lo mismo. —¿Quieres que empe­cemos de nuevo? (Hacemos el intercambio una vez más, espaciando los centavos y acercando las flores). —¿Saldrá bien así? —¡Va a haber demasiadas flores, ya verás! (hace la correspondencia, ¡y queda muy sorprendido de su resultado!).
PAR (5: 2): —Por cada flor, pagas un centavo. ¿Cuántas flores puedes comprar con éste (1 centavo)? —L na. —¿Y con éstos (3)? —Por tres, tres flores, porque hay tres centavos. —Bien: vamos a comprar todo eso (él intercambia 6 centavos con 6 flores: los 6 centavos están agrupados en un montón y las flores están alineadas). —¿Es lo mismo? :—A o. —¿Por qué? —Porque hay más flores. —¿Podría yo comprar estas flores con estos centavos (los 6 centavos que nos dio el niño uno por uno) ? —A o, sí. —¿Es lo mismo entonces? —No, hay más flores. —¿Y si pongo un centavo delante de cada flor (hacemos eso mismo con las dos primeras flores para facilitar la comprensión)? —No, sobrarán flores.
FUR (5; 9) intercambia 7 centavos con 7 flores después de haber estable­cido correctamente la correspondencia 5 a 5. Tiene en su mano las flores; los centavos están alineados delante de él. —¿Hay lo mismo? —¡So, hay muchos cen­tavos y no muchas flores. —(Alineamos las flores apretándolas un poco más que los centavos). —¿Hay lo mismo? —No, hay más centavos, hay uno que sobra.
  Cuenta las flores. —Siete. —Cuenta ahora los centavos. —Lino... siete. —¿Hay lo mismo entonces? —No, hay algunos que sobran. —Vamos a ver (comenzamos el intercambio de uno con uno, que resulta exacto). —Entonces, ¿hay lo mismo? —(Calla, evidentemente impresionado por la contradicción que descubre entre los hechos y su propia convicción). —Si contáramos los centavos y las flores (ahora éstas están más espaciadas) ¿habría que contar durante más tiempo, o no haría falta? —Habría que contar durante más tiempo las flores.
AUD (6; 7): —Vamos a jugar al florista. Ahí están tus centavos. —(Cuenta correctamente). —Ocho centavos. —Cada flor cuesta un centavo. ¿Cuántas po­drás comprar? —Ocho. —(Hacemos el intercambio de uno con uno. Aud conserva las flores en su mano. Los centavos están alineados). —¿Hay lo mismo de flores y de centavos? —No. Aquí (los centavos) hay más. —¿Por qué? —Está separado.
  ¿Se, podrá poner una flor arriba de cada centavo? —Sí. —¿Entonces es lo mismo mucho? —No, aquí (los centavos) hay más, porque está separado.
Estos pocos casos nos muestran con suficiente claridad que el inter­cambio de uno con uno no es en modo alguno suficiente para asegurar la noción cardinal de dos totalidades equivalentes entre sí de modo durable.
Observemos primero que en lo que se refiere a la equivalencia misma, no hay ninguna diferencia entre las reacciones de la primera etapa y las de la segunda. Ahora bien: el hecho de que Gui, Mic y Duc, que pertenecen a la primera etapa (y que antes del intercambio de uno con uno no saben hacer corresponder objetos entre sí, y evalúan las cantidades por el es­pacio ocupado) tampoco sepan, después del intercambio de uno con uno, que las dos colecciones intercambiadas permanecen necesariamente equi­valentes, no tiene, en suma, nada de extraordinario. Pero lo verdadera­mente notable es que Nic, que hace espontáneamente la correspondencia para ver si los centavos y las flores intercambiados son equivalentes; que Lid, que hace corresponder correctamente en los ejercicios preliminares 4
centavos a 4 bombones; que Par, que prevé el intercambió de 3 con 3 en términos numéricos, etc., sean incapaces, una vez hecho el intercambio de uno con uno, de postular la equivalencia de las colecciones intercambiadas.
Los casos más curiosos a este respecto son los de Par, y sobre todo los de Fur y Aud, por su empleo de la numeración hablada. Par, por ejemplo, anticipa, antes de toda experiencia, que se pueden comprar tres flores con 3 centavos, pero desde que se distancian las flores, la equiva­lencia desaparece. La conducta de Fur es más clara todavía: ante 7 cen­tavos muy cerca uno de otro, y 7 flores esparcidas, cuenta el número de flores y de centavos, constatando así la identidad numérica de las dos co­lecciones, pero se niega a aceptar su equivalencia: “No, hay más centavos, hay uno que sobra”. Del mismo modo, Aud cuenta 8 centavos, anuncia que va a comprar 8 flores, hace el intercambio y niega la equivalencia: “Hay más, porque están separados”. Vemos hasta qué punto la percepción de las cualidades espaciales tiene más fuerza aun que la numeración verbal. Por eso retomaremos este problema en § 4.
En lo referente a la vuelta al estado inicial, cuando el niño niega que haya equivalencia entre las flores intercambiadas y los centavos, pre­guntamos al niño si se podría poner o volver a poner una flor delante de cada centavo, o sobre cada uno de ellos. Se constata también aquí que casi todos los sujetos de esta etapa persisten en la negativa:- “habrá demasiadas flores, ya verás”, dice Lid; “no, sobrarán flores”, dice Par. Solamente Aud lo admite, pero sin deducir de ahí la equivalencia, aunque le falte poco para admitirlo.

III.Respuestas intermedian y tercera etapa: equivalencia momentá­nea, después durable.
Presentamos primero dos respuestas intermedias entre la segunda y tercera etapas:
PIT (6; 11). Intercambiamos 10 flores con 10 centavos. Pit guarda las flo­res en su mano y los centavos quedan alineados delante de él; —¿Hay lo mismo de flores y de centavos? —(En silencio, alinea las flores delante de cada centavo para controlar). —Sí, hay muchas ¡lores, igual que los centavos. —(Separamos los centavos y amontonamos las flores). —¿Es lo mismo? —No, aquí (los centa­vos) hay más. —¿Y ahora (flores espaciadas, centavos amontonados)? —No hay lo mismo. Hay muchas flores (vuelve a hacer espontáneamente la corresponden­cia). —¡Ah, sí! es lo mismo. —¿No decías antes que había más flores? —Sí, pero estaban así (gesto de reunir los centavos).
FRAN (6; 3) cuenta los centavos que se le dan. —¿Cuántas flores podrás comprar entonces, si cada flor cuesta un centavo? —Diez. (—Hacemos el inter­cambio; las flores las conserva él en la mano y los centavos quedan espaciados sobre la mesa). —¿Hay lo mismo de flores y de centavos? —Sí. —¿Por qué?
  Porque es lo mismo. —(Hacemos de nuevo el intercambio; los centavos están desparramados). —¿Hay lo mismo? —Sí. —(Apretamos los centavos y espaciamos las flores). —¿Y ahora? —No. —¿Por qué? —Hay más allí (muestra los centavos apretados). —¿Podemos esconder cada centavo abajo de cada flor? —Sí. —¿En­tonces? —Hay lo mismo.
Estos dos casos de obtención de la respuesta justa son altamente ins­tructivos, y en especial las verificaciones espontáneas de Pit, quien lucha visiblemente contra la apariencia sensible valiéndose de operaciones en las que le resulta arduo creer abstractamente. Fran, en cambio, llega final­mente a esta abstracción, es decir, a. la movilidad de la operación como tal.
Estas son, finalmente, algunas de las respuestas correctas:
GIN (4; 11) cuenta sus 10 centavos y prevé que va a tener 10 flores. Des­pués del intercambio, dice que ”es lo mismo”, cualquiera sea la figura de cada colección, aunque no da razonen de ello.
DU (5; 8) después de intercambiar uno con uno hasta 10 (las flores que­dan en su mano y los centavos están desparramados); —¿Hay lo mismo de cen­tavos y de flores? —Sí. —¿Por qué? —Porque ya se acabaron (porque las dos colecciones intercambiadas se agotaron al mismo tiempo), —(Apretamos los cen tavos y espaciamos las flores). —¿Y ahora hay lo mismo? —Sí. —¿Por qué? —Por­que ya terminamos todo.
LER (5; 8) después del intercambio, con las flores en la mano: —¿tiay lo mismo? —Sí. —¿Por qué? —Porque esto va ahí (pone espontáneamente una flor delante de cada centavo).

CLAV (5: 8)- La misma situación: —¿Hay lo mismo? —Sí. —¿Estás seguro':
     Si. —¿Por qué? —Porque le di mis centavos.
Vemos que la equivalencia se ha hecho evidente y lógicamente ne­cesaria para los niños. Las razones aducidas para justificar este postulado resultan interesantes debido a su carácter operatorio: Bet aduce como ra­zón principal la posibilidad de una correspondencia unívoca y recíproca, y en consecuencia, la posibilidad de transformar de nuevo el intercambio en correspondencia visible; para Du y Clan, la razón alegada es el inter­cambio mismo, concebido como el agotamiento simultáneo de las dos co­lecciones: “Le di mis centavos” o ‘‘porque ya terminamos todo”.
Concluyendo, puede decirse que la experiencia del intercambio de uno con uno da los mismos resultados que la experiencia de la correspon­dencia estática o visible de los objetos. Tenemos aquí un resultado pre­cioso para comprender la noción de correspondencia: por sí solo, el famo­so procedimiento del intercambio de uno con uno, en que tantos autores lian querido encontrar el principio- de la cardinación, no conduce como tal a la equivalencia necesaria de las colecciones intercambiadas. Para lle­gar a ese resultado, el intercambio de uno con uno, como también la co­rrespondencia intuitiva, debe hacerse previamente operatorio, o sea, debe concebirse como un sistema reversible de desplazamientos o relaciones.
§ 4. EL INTERCAMBIO DE UNO CON UNO CON NUMERACION HABLADA
Acabamos de ver a través los casos de Par, Fur y Aud que la nume­ración hablada sólo parece ejercer una débil influencia en el sentimiento de equivalencia provocado —o no— por la correspondencia término a tér­mino. En los párrafos que preceden tuvimos ya la oportunidad de señalar frecuentemente la falta de coherencia entre la numeración aprendida y las operaciones que el niño es de hecho capaz de hacer.
Ha llegado el momento de examinar sistemáticamente este punto. Es necesario determinar en primer lugar el límite hasta donde el niño puede contar sin dificultad. Hacemos después la experiencia anterior del inter­cambio de uno con uno, eligiendo un número de parejau de objetos que sea inferior al límite de la numeración hablada del sujeto. Le pedimos des­pués que cuente los objetos que se le acaban de dar, y escondemos en una mano los centavos que él nos ha dado a cambio (para que no pueda contarlos); le pedimos después simplemente que adivine cuántos objetos están escondidos.
Siguiendo este procedimiento, hemos encontrado las mismas etapas que encontramos con las técnicas anteriores, sin que la numeración habla­da introduzca en ellas ningún cambio:

I.La primera etapa: comparación global y falta de equivalencia a pesar del intercambio de uno con uno. Por ejemplo:
RAS (3; 6) sabe contar solamente hasta 4 ó 5. Le damos 2 centavos dicién- dole que nos dé un númerq igual de bombones. Nos da 5 bombones, después 2. A cambio de 3 centavos, nos da 4 bombones, etc. Intercambiamos nosotros des­pués -4 centavos con 4 bombones, uno por uno. Cuando escondemos los bombones y le damos solamente 3, no piensa que queda todavía uno escondido; y al revés, cuando le damos los 4 cree que falta todavía uno.
BER (3; 11) cuenta correctamente hasta 5, pero no sabe hacer corresponder una a otra dos colecciones que tengan más de 2 ó 3 elementos. Intercambiamos uno por uno 3 centavos con 3 bombones y dejamos los 3 centavos sobre la mesa. Sacamos uno diciendo: —¿Faltan centavos? —Sí. —¿Cuántos? —... —¿Y ahora (queda uno)? —No. —¿Y ahora (sacamos el último)? —Sí. —¿Cuántos? —Queda un centavo. Cuando intercambiamos 2 centavos con 2 bombones, las respuestas de Ber son acertadas, pero cuando los elementos son 3 ó 4 vuelve a inventar en sus respuestas. Finalmente, intercambiamos uno por uno 4 centavos con 4 bom­bones y preguntamos: —¿Cuántos bombones te di? —Uno, dos, tres, cuatro. —¿Y cuántos centavos tengo en la mano? —... —¿Cuántos crees que son? —No sé.

II.La segunda etapa: correspondencia correcta, pero sin equivalencia durable a pesar del intercambio de uno con uno. La única diferencia entre esta etapa y la anterior aparece en los ejercicios de correspondencia ante­riores al intercambio propiamente dicho:
MARD (5 1/2): voy a comprarte bombones. Pongo aquí mis centavos (7, ali­neados). Dame tantos bombones como centavos hay allí. —(Cuenta). —1, 2, 3... 7. —¿Y los centavos? —1, 2, 3... 7. —Muy bien. ¿Y cuántos bombones me diste (los escondemos con la mano)? —... —¿Cuántos bombones me diste por un cen­tavo? —L no. —Muy bien. ¿\ por dos centavos? —Dos. —Muy bien. ¿Y por tres centavos? —Tres. —May bien. ¿Y cuántos centavos hay allí? —1, 2, 3... 7. —Muy bien. ¿a cuántos bombones me diste? ¿Cuántos bombones hay aquí (los dejamos- ver un momento, luego los cubrimos de nuevo con la mano) ? —1, 2, 3, 4, 5. Ha­cemos una nuera tentativa: —Mira. Ahí hay centavos (5, en hilera). ¿Cuántos hay? —1, 2, 3, 4, 5. —Muy bien. (Los tomamos). Cuando yo te dé un centavo, tú mes vas a dar un bombón I hacemos el intercambio uno por uno, hasta 3). ¿Cuán­tos centavos tienes? —1, 2. 3. —(Hacemos dos intercambios más). —¿Y ahora cuántos centavos tienes? —1... t 5. —Bien. ¿Y cuántos bombones tengo yo (escon­demos los 5 bombones)? —...9.
CAUCH (5 Va) sabe también hacer corresponder uno por uno los bombones a Los centavos, cuando éstos están en hilera, hasta 15, 17, etc. Sabe contar hasta 10 o más los centavos qne se le presentan. Pero no deduce ninguna equivalencia necesaria del intercambio de 8 bombones con 8 centavos: —¿Cuántos bombones te di? —(Cuenta). —8. —Bien. ¿Cuántos centavos me diste a mí (están escondi­dos en la mano del experimentador)? —10.
PER (6 años) hace corresponder 7 bombones a 7 centavos, y luego los in­tercambia uno por uno con nosotros: —¿Cuántos centavos tienes? —(Cuenta). —7. —¿Y cuántos bombones me diste a mí (escondidos en la mano)? —... Hacemos de nuevo la experiencia con 5: —¿Cuántos centavos tienes? —5. —Y a mí ¿cuan­tos bombones me diste? —...7. —Tercer ensayo: Per cuenta 10 centavos y cree que los bombones intercambiados son 9; etc.
Hechos como éstos son fáciles de interpretar. En el momento mismo del intercambio de uno con uno el niño sabe que hay equivalencia: Mard, por ejemplo, sabe que por un centavo da un bombón, por 2, 2, por 3, 3, etc. En contradicción con esto, en cuanto el intercambio termina y una de las colecciones deja de hacerse visible, el sujeto deja de considerarla como equivalente a la que percibe bajo su vista. Las reacciones así obteni­das son, pues, exactamente las mismas que las de las etapas correspon­dientes estudiadas en el curso de los párrafos anteriores: la numeración hablada no parece transformar en nada —por debajo de un cierto umbral de comprensión marcado por el comienzo de la tercera etapa— el meca­nismo del pensamiento forjador de la numeración.

III.Respuestas intermedias y la tercera etapa: equivalencia monten- tánea, después durable. En el caso del intercambio de uno con uno que va acompañado de numeración verbal, como en la presente técnica, se en­cuentran a veces, en el momento de llegar a la respuesta correcta, casos interesantes en que el niño, para determinar la equivalencia, enumera los intercambios, aunque sin lograr asignar un número a los conjuntos mismos puestos en correspondencia:
MAD (5 1/2) intercambia uno por uno, contándolos, 7 centavos con 7 bom­bones: —¿Cuántos bombones tienes? —1, 2„ ... 7. —¿Y cuántos centavos me dis­te?      1, 2, 3... 7. —Pero si no cuenta los elementos en el momento mismo del
intercambio, Mad reacciona como en la etapa anterior: habiendo intercambiado 5 bombones con 5 centavos, Mad estima "que hay 5 bombones¿Y en mi ma­no cuántos centavos hay? —4. Etc.
FERD (6 años) intercambia también 5 bombones con 5 centavos y evalúa correctamente las dos colecciones repitiendo la sucesión de los números: "1, 5... . Pero cuando le preguntamos después cuántos centavos escondidos hay, no se le ocurre contar los 7 bombones puestos en hilera delante de él.
Resulta claro que estos comportamientos marcan un progreso respecto de los precedentes, y conducen a la constitución de una equivalencia real entre las colecciones consideradas. Pero en realidad la correspondencia a qne llegan Mad y Ferd no es todavía más que la equivalencia de las ope- rabiones mismas efectuadas un momento antes, es decir, de las acciones de cambiar de lugar un bombón o un centavo. El niño obtiene la idea de que _Ala#£©rrespon<ifn<iia .es durable en la medida en que se atiene a la enume­ración de estos intercambios de uno con uno. Pero, en la medida en que trata de abstraer la totalidad cardinal de las operaciones mismas que per­mitieron constituirla, no llega a concebir todavía la equivalencia necesaria.[1]
Veamos finalmente algunos ejemplos de sujetos capaces de extraer del intercambio de uno con uno la idea de la equivalencia durable (casos tí­picos de la tercera etapa :
SIM  (6 ½) Intercambiamos uno por uno 6 centavos con 6 bombones: —¿Cuántos centavos tiíüe* tn '6. —"i yo ¿cuántos bombones? —6. —¿Estás seguro? —Seguro, —.Porqué? —...
FAR (6  ½) Intercambia 8 centavos con 8 bombones: —¿Cuántos bombones tienes? —8. — ¿ Y cuántos centavos hay? (dejamos ver con ía mano los cen­tavos agrupado; en. “—a montón!. —8. —¿Seguro? —Sí. —Obtenemos el mismo resultado con 11. etc.
Esta es la evolución de los juicios de equivalencia acompañados por numeración hablada. No es exagerado decir que este factor verbal no des­empeña casi mnpir pape, en ei ero jreso mismo de la correspondencia y la equivalencia. Encontramos "-ss sesmas etapas en esta última experiencia y en las consignadas en  capitulo  1-3 y a edades visiblemente iguales. Es induda­ble que en el momento en que la correspondencia se vuelve cuantitativa y hace surgir una equivalencia incipiente, la numeración hablada puede acelerar el proceso de evolución. Pero los nombres de los números como tales no lo engendran. y eso es iodo lo que queríamos demostrar.
Habiendo terminado este análisis de las relaciones entre la correspon­dencia y la equivalencia, sería conveniente explicarlas. Pero antes de ello es preciso estudiar la evolución de la correspondencia como tal, o sea, de su mecanismo mismo, no ya en su forma provocada sino espontánea. En el capítulo siguiente trataremos de llevar a efecto ese estudio e investigare­mos cómo el niño evalúa las cantidades, cómo descubre en ese momento la correspondencia término a término, y cómo la utiliza en el caso de la correspondencia entre objetos no ya cualitativamente complementarios si­no homogéneos.


































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